Estos abizcochados panecillos se comenzaron a elaborar a principios del siglo XIX en San Joaquín.
En Venezuela la palabra panela tiene varias acepciones. Desígnase con ella a todo objeto de forma prismática y, en particular, se da ese nombre a los ladrillos, a nuestra azúcar morena que también viene en forma cónica (papelón) a, ciertos bizcochos de fama centenaria, que vienen confeccionándose en San Joaquín, población del Estado Carabobo y es este último sentido, el de bizcocho, el de mayor propiedad según el Diccionario de la Real Academia.
A todos nos es familiar la escena que se ofrece al borde de la autopista Caracas-Valencia, entre Maracay y Guacara, protagonizada por las incansables vendedoras de ese producto, que desde la orilla de la vía, lo ofrecen en envolturas de papel o de plástico que mueven pendularmente en una especie de reclamo gestual. Antes se elaboraban estos abizcochados panecillos en el ámbito doméstico y con esta granjería se mantenía a la familia. Hoy existen manufacturas dedicadas a tal menester, pues la demanda y el éxito en la venta, llevaron a que se constituyeran pequeñas empresas para explotar el ramo.
Nadie discute el origen geográfico de las panelas y, según algunos, quienes comenzaron a elaborarlas, a principios del siglo XIX, fueron los integrantes de una familia española de apellido Iriarte, avecindada en el pueblo de San Joaquín. Sin lugar a dudas, tienen las panelas, en cuanto a su técnica de confección, una fuerte raigambre española; pero como muchos de los platos de origen peninsular, sufrieron en nuestra tierra, modificaciones en lo que atañe a los ingredientes.
Las panelas sirven como simple golosina o como acompañante del café tempranero o también de una buena taza de chocolate. Cuando la preparación es óptima suele disolverse con facilidad dentro de la boca, dejando su agradable gusto en el cual tiene sutil presencia el anís, condimento que generalmente se le pone y que figura en muchísimos de nuestros postres.